La sabiduría
tiende a crecer en proporción a la conciencia de la propia ignorancia.
Anthony De
Mello
Por:
Álvaro Rendón Chasi
Estoy
convencido que el conocimiento implica una responsabilidad de la cual cada
sujeto deberá dar cuenta en su diario vivir. No es medible por números ni
estadísticas, pienso. Tampoco se encuentra amparado por papeles o documentos
oficiales, ni siquiera por los reconocimientos académicos que se puedan
coleccionar en la carrera universitaria y profesional. Si “carrera” es lo que
engancha al conocimiento en un marco institucional, lo más subjetivo, lo que
atañe a cada uno, definitivamente no tiene un tiempo cronológico, por tanto, su
lógica no es de la inmediatez o rapidez.
El
evangelista Juan habla de un Logos encarnado para explicitar que la vivencia cristiana
es Palabra hecha carne, pero no cualquier palabra, es una que atraviesa la
existencia misma e invita a una reunión en comunidad para su transmisión. En el
budismo se afirma que la ignorancia es la raíz del sufrimiento y que cada uno
es responsable de implicarse en el proceso que liberaría al humano del ciclo
samsárico, pero esto es alcanzable a través del amor y la compasión hacia los
seres sintientes. Si evoco a estas tradiciones es para percatarme que el
conocimiento encaminado a la sabiduría tiene tres partes: razón, afecto y lazo
social. No se pueden traicionar unas a otras y su germen necesita de un tiempo
lógico que, referenciando a las tradiciones mencionadas, podría implicar 2000
años o eones. Pero siempre hay un presente en donde es posible ser sensible a
las realidades que evoca la historia.
Poder
dirigirme a ustedes, a quienes interese una reseña sobre qué significado puede
tener recibir un reconocimiento académico en mi Alma Mater: Premio Unidad
Académica 2015, es poder expresar que esto es parte de un camino que he
elegido, como profesional del área de la psicología clínica. Este camino implica
una responsabilidad con el conocimiento, sobre el saber-hacer con el mismo. Tenemos
el ejemplo de Alfred Nobel, inventor de la dinamita, quien ante la iluminación
intelectual, creó un artefacto que alcanzó las dos vías de la realidad humana:
la vida y la muerte. Siempre seremos responsables de las acciones generadas,
quizás algunas pueden ser más sutiles que las otras. Entre lo vivificante y lo
mortífero queda una elección, de la cual nadie se libera. Ojalá nos alcance el
valor y la voluntad para elegir todo aquello que construya y no lo que devaste.