Rembrandt
Hace algunos días tuve un desayuno navideño de quienes conformamos el Programa de Asesoría Pedagógica Estudiantil de la universidad. Me solicitaron elaborar el discurso para mis compañeros y surgió inmediatamente la interrogante: ¿cómo dirigir un discurso navideño en la medida que no me considero perteneciente a la tradición religiosa que lo profesa?
Con el pasar de los años y algunas experiencias en el campo de la espiritualidad, vivencias que se solidifican en el reconocimiento central de la dignidad humana, se me hizo particular distinguir que la tradición está ligada al amor, entendida a partir del respeto y compromiso por la humanidad. Para esto no existe religión. Les comparto a continuación lo que escribí:
El amor es la meta
última y más alta a la que puede aspirar el ser humano
Viktor Frankl, sobreviviente de los campos de
concentración nazi.
Es sin duda hoy, a vísperas de las fiestas navideñas y
de fin de año, una época de recogimiento humano, de detenernos un poco de
nuestras actividades cotidianas para discernir ¿qué he hecho, qué hago y qué he
de hacer por mis amigos, familiares, personas que caminan día a día junto a
nosotros? Esta era una de las interrogantes del santo jesuita Alberto Hurtado,
quien desde el cristianismo y su pleno convencimiento del amor humano, logró
transformar realidades sociales a través de su gran obra, El Hogar de Cristo. Este
ejemplo lo tenemos en nombres como Monseñor
Leonidas Proaño, Madre Teresa, Martin Luther King, quienes convencidos de la
dignidad humana, el amor universal y la solidaridad, llevaron sus ideas a la
transformación de la realidad.
Parecería que nuestro trabajo, desde una banca, desde
un salón de clases, incluso, desde nuestro cansancio físico, no tendría
incidencia en comparación a estos grandes hombres y mujeres que ahora he
rememorado. Pero no serían quienes son en la memoria colectiva, si no hubiesen
estado convencidos que una palabra, un gesto, una mano que apoya y levanta: a
los indígenas, a los negros y blancos, a los niños desnutridos, a los sufrientes
de los campos de concentración; son el más grande gesto desde donde empieza la
revolución del amor.
Y es una locura, porque nos invita a ir en
contracorriente del consumismo, del goce desenfrenado que no encuentra límites,
del encierro contemporáneo en los mundos solitarios que no están dispuestos al
lazo social. Ustedes, cada uno de nosotros, convencidos de la importancia del
compartir nuestra razón y afecto, abre espacio de acogida a quienes, confiando
plenamente en la gestión de la Asesoría Pedagógica Estudiantil, buscan esa mano
que apoya, ese corazón que integra y esa amistad que une espíritus.
Este encuentro es para recordarnos que la sociedad
debe encaminarse hacia un compartir pleno, una convivencia desde las
diferencias que nos unen y nos enriquecen en nuestra forma de ver al mundo. San
Agustín ya nos decía que la única medida del amor es amar sin medida. Cada uno
de nosotros, como estudiantes, docentes, directores, debemos ser capaces de
transformar, mediante el amor, nuestras vidas y la de los demás. Y para esto,
es imprescindible sumarnos, a la pasión que encendió los corazones de Teresa,
Viktor, Alberto, esa pasión que tiene más de 2000 años de historia, cuyo nombre
es Jesús pero cuya práctica ética y humanística, se encamina hacia aquello que
no tiene distinción de nombres, etnia ni religión: El Amor.
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